El maestro y la muchacha

En un viejo reino, en un lugar del que ya nadie se acuerda; había un maestro muy sabio al que todos los aldeanos acudían para resolver sus inquietudes y problemas cotidianos. 

En una tarde el maestro recibió la visita de una dulce jovencita, pero que a leguas se evidenciaba en su mirada perdida una depresión muy grande. 

Hola maestro, saludó al sabio anciano y éste respondió con una sonrisa de aprobación la reverencia de la joven. 

Estoy aquí –dijo ella–, porque mi corazón se siente agobiado con tantos problemas que han acontecido uno tras otro en mi vida; pero el más grande es que he perdido las ganas de salir adelante a causa de tantos golpes injustamente recibidos. 

Calma -respondió el anciano- con una voz pausada, pero segura. Te contaré una pequeña historia: 

El herrero se dirige hacia una rica veta de oro y extrae cantidades rústicas del precioso metal envuelto en medio de arena y otros elementos ajenos a él. Aparentemente lo que extrajo el herrero es algo rocoso y grisáceo con muy poca valía. Pero luego con paciencia, pasa una y otra vez la roca por un cedazo hasta que queda el brillo indescriptible y mágico, propio del oro. Después agarra un recipiente, prende el horno y el oro pasa a ser un líquido brilloso que es depositado en un molde. Suceden las horas y el afanoso hombre comienza a dar forma, a punta de martillo sobre un yunque una vez, otra vez, nuevamente, hasta que su obra maestra va tomando forma y la roca grisácea y sin gracia del principio, ahora es una hermosa, elegante y preciada tiara de oro. 

Tu hija mía –argumentó el maestro- eres como aquella bella joya, pero muchísimo más preciosa y valiosa, el herrero es el sabio Dios, que permite algunas caídas, pero nunca nos suelta; el horno que funde el oro, es el destino que muchas veces nos parece cruel y nos quema, pero esos golpes y quemaduras de la vida son necesarios para que nos convirtamos, a la larga, en una gran presea que al comienzo nadie valoró y ahora todos quieren admirar. 

Gracias –mencionó la muchacha- con voz entrecortada y lágrimas de alegría en los ojos, nunca pensé que valiera tanto. Desde ahora ningún problema podrá conmigo, miraré al mal a la cara y le diré que aunque me sienta terrible, no me ha vencido. 

Ninguna situación adversa merece más atención que la necesaria, porque los problemas, así como el éxito; también tienen fecha de caducidad.

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