El grito y la luna de sangre



C
orría una noche de invierno,  para ser exactos del 1 de agosto del 2013, las nubes convulsas arrastradas de un lado hacia el otro sobre la cordillera sur de la serranía ecuatoriana por vientos reacios y el tono rojizo del firmamento presagiaban una inminente lluvia, pero el posible chaparrón no detenía a  los pobladores del recinto “El Grito” que armados  de machetes, azadones y escopetas estaban arremolinados en torno al tanque de agua potable elevado que abastecía a las no más de 40 viviendas que formaban el caserío, cuya estructura metálica se erigía  junto al imponente higuerón en donde “El pequeño hombre” (como le llamaban los gritorianos)  fue avistado por última vez la noche anterior, cuando ocurrió el  incidente.
El incidente 
Clara, la muchacha cuasi quinceañera con una larga y lacia cabellera oscura como el ébano que se desplaza sobre su curvilínea y delicada espalda para culminar sobre una cintura diminuta la cual deja a la palabra perfecta como una verdadera imperfección. Su 1.68 de estatura hacía pensar a quienes se deleitaban al verla que se trataba de una mujer hecha y derecha y no de una dulce adolescente con una cara angelical enmarcada por unas cejas pobladas, pero bien delineadas.
El 31 de julio del 2013, cuando el reloj marcaba las 18h37, Clara paseaba con dos amigas y un primo, todos eran compañeros de colegio, con los cuales decidieron ir a dar una vuelta por el recinto “Rayito de Luz” -como quien asistían al nuevo circo gitano-  el mismo que se encontraba ubicado a tan solo 15 minutos de “El Grito”. Contaban con el permiso de los padres, porque dicha ruta no era peligrosa, ni mucho menos. Todos los moradores de los recintos cercanos eran amigos y en algunos casos hasta familia y se conocían desde hace varios años.
Para llegar hasta “Rayito de Luz” había que cruzar un sendero pedregoso de unos 600 metros de longitud, el cual estaba flanqueado por una alameda muy frondosa, luego de la cual -en ambos lados- existían numerosas hectáreas de cacao en producción y unos cuantos árboles de pechiche que a juzgar por su robustez y altura debían rebasar la veintena de años.
Los primeros minutos de la caminata transcurrieron sin mayor suceso, entre charadas, chascarrillos y bromas sobre los típicos y efímeros  amores propios de la adolescencia. En ese momento y a mitad de su destino, la trivial conversación fue interrumpida por un sutil, pero enigmático silbido. Los 4 adolescentes frenaron su caminar de golpe y se quedaron mirando entre ellos con una cara de extrañez. Porque la única persona que podría andar en la huerta era Don Pichisaca, un afable anciano oriundo de Loja que era el dueño de aquellas tierras, pero ya hacían casi tres horas que Don Pichisaca o cualquier otro labriego terminaron su jornal, pues en las huertas oscurece muy temprano.
Entre miradas nerviosas y sin mediar ninguna palabra Clara y sus amigos aceleraron el paso, sin embargo; los silbidos se hacían más frecuentes y cada vez que pasaba entre uno y otro se escuchaban más cerca, pero miraban alrededor y ningún indicio, al menos no humano.
Presas del miedo, los adolescentes no tuvieron claridad de pensamiento y decidieron correr en precipitada hacia “El Grito” a pesar de que estaban solo a 5 minutos de distancia de “Rayito de Luz” y mientras corrían por el sendero esquivando piedras tan rápido como sus piernas se lo permitían veían una especie de sombra o bulto pequeño de unos 60 a 75 cm a la que no se le divisaba el rostro por la penumbra de la noche, solo una suerte de báculo en su mano izquierda que culminaba uno de sus extremos en una forma romboidal, saltaba de pechiche en pechiche y de cacao en cacao con una pasmosa destreza que le hizo pensar al primo de Clara que sin duda alguna dejaría como simples amateurs a los acróbatas del circo al que se había frustrado su asistencia.
Sin embargo el tiempo no daba para elucubraciones en semejante momento de apremio. Clara tenía la sensación de que su corazón explotaría en su pecho y un sentir extraño se apoderó de ella como si la misma muerte acechara sus pasos. La chica avanzó como pudo, pues del mismo temor sus pies parecían los de una gacela perseguida por un guepardo ávido de su carne. Ella no supo en que instante su primo y sus dos amigas quedaron atrás.
La búsqueda
Habían transcurrido 3 horas desde que los chicos salieron de “El Grito” hacia “Rayito de Luz” y los padres de Clara, junto al resto de progenitores empezaban a preocuparse y procedieron a buscarlos en los alrededores, sin éxito. Hasta cuando uno de los padres del grupo, avistó en la entrada del recinto lo que parecían ser cuerpos tirados al inicio del sendero. Todos se imaginaron lo peor. Corrieron desordenadamente y vociferando con extraordinario ahínco los nombres de sus hijos, mientras se dirigían a ellos y se postraron de rodillas alrededor de sus cuerpos inmóviles. Los que observaron fueron tres adolescentes tumbados en los pedregales, somnolientos y con signos en su boca y mejillas de haber echado espumarajos por borbotones, quien sabe por cuánto tiempo.   
Lo que sucedió de ahí en adelante fue muy confuso y solo se lograron armar retazos de la historia con el testimonio de los demás jóvenes.
El primo aseguró que Clara a pesar de que iba quedándose unos metros atrás de ellos en el momento de la persecución por parte de la extraña criatura, en un momento de inusitada resistencia y esfuerzo atlético impropio para una chica de su edad raudamente los adelantó dejando al resto de chicos muy atrás, pero lo que si él alcanzó a observar fue que sorprendentemente el ente ya la estaba esperando sobre el tanque de agua potable del recinto y se abalanzó sobre ella de una forma tan diestra que a la distancia apenas se escuchó un pequeño grito ahogado de Clara, en ese momento el muchacho dice que no recuerda más. Las amigas de Clara coincidieron con la versión de él, pero también añadieron que “el pequeño hombre”  a momento seguido puso su báculo en la superficie del tanque metálico y apareció en una de las ramas del higuerón adjunto, sin embargo, lo que más les impactó (en una noche en donde ya casi nada era fantástico) ocurrió cuando el árbol pareció partirse en dos y la luna llena que se asomaba a un lado del higuerón se tornó escarlata. Mucho más roja que un eclipse, así como llena de sangre, mientras la brecha recientemente abierta engulló -literalmente- a Clara y al “pequeño hombre”.
A pesar de que “El Grito” es un lugar campestre y muy retirado de la ciudad en donde se han tejido tantas leyendas fantásticas, el padre de Clara no daba mucho crédito a la versión de tres adolescentes asustados y armó la hipótesis de que tal vez Clara decidió marcharse de casa “con marido”, total era lo que hacían muchas jovencitas del sector y más su hija que con su belleza seguramente tendría numerosos pretendientes, pero su esposa –la madre de Clara- con el presentimiento de madre le obligó a su marido a descartar la descabellada idea (aunque ella hubiese preferido el mal menor), puesto que los chicos nunca bromearían con un suceso así y ella conocía muy bien a Clara. Recorrieron el sendero cuatro veces, también peinaron la huerta de Don Pichisaca, quien le pidió a sus trabajadores que participaran en la búsqueda de “La Clarita” como él cariñosamente le llamaba, pero todo fue en vano, ni rastros de Clara.
Mientras continuaban la búsqueda hasta la madrugada del 1 de agosto del 2013, alguien llamó al destacamento de policía más cercano en el cantón Pindal establecido ¡a 4 horas de “El Grito”!, pero los miembros policiales fiel a sus “principios” llegaron con 4 horas de retraso. Solo para que las famosas pesquisas concluyeran que la chica “probablemente” se haya marchado con algún muchacho del que desconocían la existencia sus padres. Llenaron el parte policial y se marcharon sin resolver nada.
Los primeros rayos de sol iluminaron la incipiente mañana, pero en el corazón de los padres de Clara solo había oscuridad e incertidumbre por lo que le pudo haber sucedido a su única hija.
La anciana
Los sollozos de la madre de Clara, llegaron a oídos de una mujer septuagenaria, quién se acercó a intentar ofrecer un vano consuelo, al tiempo que le relataba una historia relacionada a la desaparición de Clara. Ella era oriunda del recinto “El Ocaso” del cantón Naranjal, provincia del Guayas, cuyo lugar contaba con unas cuantas casitas de caña guadua y una callé única que no poseía nombre alguno. De esos recuerdos, han pasado 60 años, pero la experiencia fue tan vívida y tétrica al mismo tiempo, que permanece como una fotografía horripilante en su memoria. La señora continúo con su relato, ante la estupefacción de la progenitora  de Clara al conocer que dicha bonachona anciana  fue una superviviente que escapó de las garras del “pequeño hombre”, porque cuando esta creatura espectral hizo su macabra aparición la otrora muchacha mantuvo la calma y  lo engañó diciéndole que se iba a marchar con él, pero que primero se iba a despedir de sus padres, pero que lo esperaría en un higuerón junto a su casa a la medianoche. En el momento que llegó el plazo el ente no pudo acercarse a su objetivo, porque ella traía un collar peculiar en su  cuello: 7 pepas de ajo macho. Ese era el secreto dado por el consejero espiritual de “El Ocaso” para alejar a los “malos espíritus”. En aquel instante la creatura lanzó un alarido iracundo de derrota que retumbó en el recinto y un nauseabundo olor a azufre que semanas después seguía impregnado en el lugar y se hacía más concentrado cuando los árboles se agitaban al vaivén del viento, para finalmente adentrarse sobrenaturalmente en el corazón del higuerón.
El ocaso 
La madre de Clara -para el final del relato- ya se había descompensado en los brazos de su marido. Transcurrieron las horas de aquel día. Entre búsqueda y desesperación, se hizo la noche del inolvidable 1 de agosto del 2013 y cuando el reloj estaba  punto de cruzar el umbral de la media noche, un humo amarillento emergió del higuerón por donde Clara fue vista la última vez y el silencio fue roto por la inquietante melodía de un violín y el grito desesperado de una adolescente que verá morir sus mejores sueños juveniles desde la eternidad.
Seis años han pasado y ningún rastro de Clara. Tantas teorías se han tejido entre el pueblo. Algunas machacan la reputación de Clara, otras alegan que fue secuestrada por unos gitanos y la madre de Clara aguarda parada en el delgado hilo que pende entre la cordura y la locura que algún día su hija le sea devuelta.   
Varios lugareños aducen que cada 1 de agosto que alguien osa cruzar por el higuerón, ven parada a una mujer vestida de blanco, junto a la figura de un hombre diminuto que a punta de violín entona una serenata lastimera mientras la luna se torna de color sangre. Sangre inocente.

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