Los dos eruditos y Enrique


“La felicidad no es un objeto a conseguir, sino un sendero por descubrir y recorrer” 
Con esta sencilla frase planeo resumir la siguiente historia. 

En la comarca Isa, en un remoto e inhóspito lugar, coexistían dos sabios maestros: Jacobs e Isaín 

Eran de personalidades totalmente distintas: 

Jacobs, era un anciano erudito, algo desaliñado, vivía humildemente, a orillas de un riachuelo que le proveía peces y árboles frutales circundaban su pequeña covacha, y servía para su subsistencia. Sin embargo, lejos de cualquier lógica él era tremendamente feliz dando consejos gratis a los aldeanos y escuchando el trinar de los pájaros en la mañana. 

Isaín, era la antítesis de Jacobs, joven, bien parecido, de una excelente posición económica, gracias a la herencia de los padres y la “colaboración voluntaria” –como él decía- que le daba el pueblo a cambio de sus recomendaciones. Les extrañará un maestro tan joven como él, pero el conocimiento lo adquirió recorriendo las mejores instituciones de Europa, aunque unos pocos ancianos del pueblo decían que en aquel recorrido trajo saber, pero olvidó su corazón en el camino, porque en ocasiones era algo huraño. 

Para que se den cuenta de las enormes diferencias entre los dos maestros les digo que el armario de Isaín era 7 veces más grande que la covacha de Jacobs. 

Terminamos. Fue la frase lapidaria que lanzó Débora a Enrique, antes de marcharse para siempre de la aldea e indicarle el fin de un noviazgo extenso. El desconsolado muchacho acudió donde Isaín para que le ayudara a escoger la mejor decisión. 

Isaín, presuroso y sin pensarlo dos veces, le aconsejó ir tras la chica y convencerla de que ningún hombre la querría como él, de esta forma ella inspirada por la lástima se quedaría a su lado para siempre. 

Enrique inició un largo viaje a través de senderos peligrosos, montañas empinadas y demás inconvenientes que se presentan cuando uno sabe de dónde salió, pero no hacia dónde se dirige, pero todos sus intentos se tornaron infructuosos y obviamente nunca encontró a Débora. 

Entonces regresó al pueblo, aun pero de lo que se fue. Con el alma hecha pedazos acudió nuevamente donde Isaín diciéndole que no la encontró por ninguna parte. Este adujo que tenía muchas cosas por hacer y no podía atenderlo otra vez. 

Luego de la negativa de Isaín para solucionar su problema, fue hasta donde el maestro Jacobs al que encontró observando pacientemente un pájaro en la copa de un árbol. 

Dime hijo en que puedo servirte, mencionó Jacobs al observar a Enrique que con su llanto ahuyentó el ave que miraba el anciano maestro. 

Vengo hasta ti, porque tengo mal de amores y necesito tus sabios consejos. La mujer que amo se marchó del pueblo sin dar una sola explicación, por la cual he surcado mares y explorado nuevas tierras en mi búsqueda sin éxito. 

Jacobs con su mirada penetrante se dirigió al joven y le dijo: “La muchacha que quieres se marchó y si no te dio explicaciones es porque se acabó el amor”. 

Enrique perplejo, por una respuesta que consideraba simple, se sintió decepcionado del anciano, pero el maestro notando aquel sentimiento en su alma, añadió: “Las cosas simples y pequeños detalles son lo que menos observamos, teniendo la solución, siempre en nuestras narices, porque por nuestra vana naturaleza humana nos orientamos a buscar la solución donde justamente no se encuentra” 

No entiendo, mencionó contrariado el muchacho. Lo que te explico –respondió Jacobs- es llanamente lo que entendiste, es decir; encontrar a la chica no es la solución, ese es precisamente el problema, porque en tu afán de encontrarla no te ahorró un instante el calvario que pasabas y nadie que no te escatime, aunque sea, un segundo de sufrimiento merece tu amor. 

Los problemas muchas veces parecen fascinantes soluciones, pero debemos saber cuándo cortar con ellos, aunque nos duela mucho en ese momento. 

Lo que debes de hacer es reinventar tu vida. Hacer cosas que no podías realizar junto a ella y verás que el mundo tienes más colores que solo el blanco y negro. 

El joven, se consoló un poco, reflexionó y dijo: “Yo soñé con ser actor, pero ella no le gustaba el espectáculo”. He ahí la solución –dijo Jacobs- cree. Vive. Vuela. Se feliz, puedes lograrlo, pues no hay nada más dulce en la vida que empezar de cero, saber que lo has perdido todo, pero esa debilidad es tu fortaleza, porque no tienes tampoco nada que perder. 

Enrique agradeció sinceramente a Jacobs y le preguntó que cuanto le dinero debía y éste replicó: “Mi paga será tu felicidad y mi sustento, el amor por lo que te gusta hacer”. 

El muchacho se marchó e inició con mucho éxito su carrera actoral, ganaba más dinero que el acostumbrado, realizando su pasión, pero lo más importante es que aprendió a deshacerse de los problemas, aparentemente fascinantes, que impedían observar el camino hacia la felicidad. 

Después de unos años, Enrique, creyó que lo tenía todo, pero Dios le permitió conocer a Zoe, una actriz hermosa por fuera  y más bella por dentro, con una sencillez inaudita y compartía su pasión por la actuación. 

En ese preciso instante, Enrique, entendió que su obstáculo para caminar en el sendero de la felicidad, era Débora, y aunque no supo las razones del abandono agradeció que eso sucediera, porque le permitió disfrutar niveles impensados de esa miel llamada felicidad.

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